La Noche, la Pena y el Sonido: Fito Cabrales destila su esencia en «El monte de los aullidos» Valoración: 4.5/5

por | 27 Oct, 2025 | 0 Comentarios

En la madurez de una carrera que se ha convertido en la banda sonora de varias generaciones, Fito Cabrales aparca el piloto automático. «El monte de los aullidos» es un ejercicio de honestidad cruda, un álbum que renuncia al estribillo fácil para refugiarse en el calor de la banda y en la introspección de quien ya no necesita atajos.

Cuatro años después de «Cada vez cadáver» —un disco que ya exploraba la pérdida y la resiliencia—, Fito y Fitipaldis regresa con su octavo trabajo de estudio. Y lo primero que golpea al oyente no es un hit, sino una atmósfera. «El monte de los aullidos» es un disco de otoño, de texturas orgánicas y lírica sombría. Es el sonido de un artista de 59 años que mira más hacia adentro que hacia la grada, y que ha tomado una decisión estética fundamental: grabar como se hacía antes.

La Declaración del Método: El Sonido

El gran protagonista del álbum es, paradójicamente, la ausencia de artificio. Producido de nuevo por el omnipresente (y esencial) Carlos Raya, el disco se grabó en Estudio Uno (Madrid) con la banda tocando en riguroso directo. Esta no es una nota técnica menor; es la tesis central del álbum.

En una era de perfección digital, cuantización y pistas enviadas por email, Fito ha buscado la «verdad» del local de ensayo. Se puede sentir la interacción entre el bajo de Boli Climent y la batería de Coki Giménez, una base rítmica que respira. Las guitarras de Raya y el propio Fito no compiten por el virtuosismo, sino que tejen un colchón de blues-rock denso. Incluso el saxofón de Javi Alzola se siente menos como un solo invitado y más como una voz integrante del conjunto, un lamento que subraya la melancolía general.

Esta decisión dota a las diez canciones (nueve pistas cantadas y una instrumental de cierre) de una calidez y un «groove» que muchos de sus trabajos anteriores, más pulidos para la radiofórmula, habían sacrificado. Es un sonido deliberadamente imperfecto, vivo, donde se valora la energía conjunta por encima de la ejecución individual.

El Eje Lírico: El «Lugar Inventado»

Si el sonido es el método, la lírica es el destino. Fito ha descrito el título como ese «lugar inventado al que uno va a escribir canciones». Escuchando el álbum, ese lugar es solitario, nocturno y reflexivo. Cabrales ha admitido en entrevistas haber escrito «con mucha pena», y esa emoción impregna cada surco.

El primer single, «Los cuervos se lo pasan bien», es engañoso. Aunque se viste de un rock & roll clásico y vacilón, su letra es puro cinismo y desapego social. Pero es en los medios tiempos donde el disco encuentra su centro de gravedad. Temas como «A contraluz» o el que da nombre al álbum, «El monte de los aullidos», son confesiones de vulnerabilidad.

Ya no encontramos al «Soldadito Marinero» buscando aventuras, sino a un hombre que «aúlla» sus dudas existenciales. Es notable también la ausencia, por primera vez en su discografía, de versiones. Esto no es casual: «El monte de los aullidos» es un trabajo de autorretrato puro, sin la muleta de los referentes. Fito se presenta sin filtros, con sus cicatrices líricas al descubierto.

Fito y Fitipaldis Monte de los Aullidos Disco

El Veredicto: Destilación, no Revolución

¿Es «El monte de los aullidos» un disco innovador? En absoluto. Y esa es su mayor fortaleza. Fito y Fitipaldis no está aquí para inventar un nuevo género, sino para perfeccionar el suyo. Es un acto de destilación.

Quien busque la inmediatez pop de «Por la boca vive el pez» o el nervio de «Antes de que cuente diez» puede sentirse descolocado. Este es un álbum que exige paciencia. Es un trabajo que se aleja conscientemente de la tiranía del single para reivindicarse como un álbum, una obra coherente de 40 minutos.

Lejos de ser un paso atrás, es un valiente paso al costado. Es un disco que sacrifica la pólvora del estadio por la calidez del estudio. Fito ha grabado el álbum que, probablemente, necesitaba grabar, no el que el mercado esperaba escuchar. Es un trabajo de madurez, honesto hasta el hueso, y ejecutado con la maestría de una banda que ha alcanzado la telepatía musical. Un refugio sónico en tiempos de ruido.

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